La finalidad de la poesía es perseguir la plena integración del ser humano
DISCURSO PARA RECIBIR EL PREMIO NOBEL - DICIEMBRE DE 1960
SAINT JOHN PERSE
He aceptado para la poesía el homenaje que aquí se le rinde, y tengo prisa por restituírselo.
La
poesía no recibe honores a menudo. Pareciera que la disociación entre
la obra poética y la actividad de una sociedad sometida a las
servidumbres materiales fuera en aumento. Apartamiento aceptado, pero no
perseguido por el poeta, y que existiría también para el sabio si no
mediasen las aplicaciones prácticas de la ciencia.
Pero
ya se trate del sabio o del poeta, lo que aquí pretende honrarse es el
pensamiento desinteresado. Que aquí, por lo menos, no sean ya
considerados como hermanos enemigos, Pues ambos se plantean idéntico
interrogante, al borde de un común abismo; y sólo los modos de
investigación difieren.
Cuando
consideramos el drama de la ciencia moderna que descubre sus límites
racionales hasta en lo absoluto matemático; cuando vemos, en la física,
que dos grandes doctrinas fundamentales plantean, una, un principio
general de relatividad, otra, un principio “cuántico” de incertidumbre y
de indeterminismo que limitaría para siempre la exactitud misma de las
medidas físicas; cuando hemos oído que el más grande innovador
científico de este siglo, iniciador de la cosmología moderna y garante
de la más vasta síntesis intelectual en términos de ecuaciones, invocaba
la intuición para que socorriese a lo racional y proclamaba que “la
imaginación es el verdadero terreno de la germinación científica”, y
hasta reclamaba para el científico los beneficios de una verdadera
“visión artística”, ¿no tenemos derecho a considerar que el instrumento
poético es tan legítimo como el instrumento lógico?
En
verdad, toda creación del espíritu es, ante todo, “poética”, en el
sentido propio de la palabra. Y en la equivalencia de las formas
sensibles y espirituales, inicialmente se ejerce una misma función para
la empresa del sabio y para la del poeta. Entre el pensamiento
discursivo y la elipse poética, ¿cuál de los dos va o viene de más
lejos? Y de esa noche original en que andan a tientas dos ciegos de
nacimiento, el uno equipado con el instrumental científico, el otro
asistido solamente por las fulguraciones de la intuición. ¿Cuál es el
que sale a flote más pronto y más cargado de breve fosforescencia? Poco
importa la respuesta. El misterio es común. Y la gran aventura del
espíritu poético no es inferior en nada a las grandes entradas
dramáticas de la ciencia moderna. Algunos astrónomos han podido perder
el juicio ante la teoría de un universo en expansión; no hay menos
expansión en el infinito moral del hombre: ese universo. Por lejos que
la ciencia haga retroceder sus fronteras, en toda la extensión del arco
de esas fronteras se oirá correr todavía la jauría cazadora del poeta.
Pues si la poesía no es, como se ha dicho, “lo real absoluto”, es por
cierto la codicia más cercana y la más cercana aprehensión en ese límite
extremo de complicidad en que lo real en el poema parece informarse a
sí mismo.
Por
el pensamiento analógico y simbólico, por la iluminación lejana de la
imagen mediadora y por el juego de sus correspondencias, en miles de
cadenas de reacciones y de asociaciones extrañas, merced, finalmente, a
un lenguaje al que se trasmite el movimiento mismo del ser, el poeta se
inviste de una superrealidad que no puede ser la de la ciencia. ¿Puede
existir en el hombre una dialéctica más sobrecogedora y que comprometa
más al hombre? Cuando los filósofos mismos abandonan el umbral
metafísico, acude el poeta para relevar al metafísico; y es entonces la
poesía, no la filosofía, la que se revela como la verdadera “hija del
asombro”, según la expresión del filósofo antiguo para quien la poesía
fue asaz sospechosa.
Pero
más que modo de conocimiento, la poesía es, ante todo, un modo de vida,
y de vida integral. El poeta existía en el hombre de las cavernas;
existirá en el hombre de las edades atómicas: porque es parte
irreductible del hombre. De la exigencia poética, que es exigencia
espiritual, han nacido las religiones mismas, y por la gracia poética la
chispa de lo divino vive para siempre en el sílex humano. Cuando las
mitologías se desmoronan, lo divino encuentra en la poesía su refugio;
aun tal vez su relevo. Y hasta en el orden social y en lo inmediato
humano, cuando las Portadoras de pan del antiguo cortejo dan paso a las
Portadoras de antorchas, en la imaginación poética se enciende todavía
la alta pasión de los pueblos en busca de claridad.
¡Altivez
del hombre en marcha bajo su carga de eternidad! Altivez del hombre en
marcha bajo su carga de humanidad -cuando para él se abre un nuevo
humanismo-, de universidad real y de integridad psíquica… Fiel a su
oficio, que es el de profundizar el misterio mismo del hombre, la poesía
moderna se interna en una empresa cuya finalidad es perseguir la plena
integración del hombre. No hay nada pítico en esta poesía. Tampoco nada
puramente estético. No es arte de embalsamador ni de decorador. No cría
perlas de cultivo ni comercia con simulacros ni emblemas, y no podría
contentarse con ninguna fiesta musical. Traba alianza en su camino con
la belleza –suprema alianza-, pero no hace de ella su fin ni su único
alimento. Negándose a disociar el arte de la vida, y el amor del
conocimiento, es acción, es pasión, es poder y es renovación que siempre
desplaza los lindes. El amor es su hogar, la insumisión su ley, y su
lugar está siempre en la anticipación. Nunca quiere ser ausencia ni
rechazo.
Nada
espera sin embargo de las ventajas del siglo. Atada a su propio destino
y libre de toda ideología, se reconoce igual a la vida misma, que nada
tiene que justificar de sí mismo. Y con un mismo abrazo, como con una
sola y grande estrofa viviente, enlaza al presente todo lo pasado y lo
por venir, lo que humano con lo sobrehumano y todo el espacio planetario
con el espacio universal. La oscuridad que se le reprocha no proviene
de su naturaleza propia, que es la de esclarecer, sino de la noche misma
que explora, a la que está consagrada a explorar: la del alma misma y
la del misterio que baña al ser humano. Su expresión se ha prohibido
siempre la oscuridad y esa expresión no es menos exigente que la de la
ciencia.
Ahí,
por su adhesión total a lo que existe, el poeta nos enlaza con la
permanencia y la unidad del ser. Y su lección es de optimismo. Para él
una misma ley de armonía rige el mundo entero de las cosas. Nada puede,
ocurrir en ella que, por naturaleza, sobrepuje los límites del hombre.
Los peores trastornos de la historia no son sino ritmos de las
estaciones en un más vasto ciclo de encadenamientos y de renovaciones. Y
las Furias que atraviesan el escenario, con la antorcha en alto, no
iluminan sino un instante del muy largo tema que sigue su curso. Las
civilizaciones que maduran no mueren de los tormentos de un otoño; no
hacen sino transformarse. Sólo la inercia es amenaza. Poeta es aquél que
rompe, para nosotros, la costumbre.
Y
es así también como el poeta se encuentra ligado, a pesar de él, al
acontecer histórico. Y nada le es extraño en el drama de su tiempo. ¡Que
diga a todos, claramente, el gusto de vivir este tiempo fuerte! Pues la
hora es grande y nueva para recobrarse de nuevo. ¿Y a quién le
cederíamos, pues, el honor de nuestro tiempo?...
“No
temas”, dice la Historia, quitándose un día la máscara de violencia y
haciendo con la mano levantada ese ademán conciliador de la Divinidad
asiática en el momento más fuerte de su danza destructora. “No temas, ni
dudes, pues la duda es estéril y el temor servil. Escucha más bien ese
latido rítmico que mi mano en alto imprime, renovadora, a la gran frase
humana siempre en vías de creación. No es verdad que la vida pueda
renegar de sí misma. Nada viviente procede de la nada, ni de la nada se
enamora. Pero tampoco nada guarda forma ni medida bajo el incesante
flujo del Ser. La tragedia no finca en la metamorfosis misma. El
verdadero drama del siglo está en la distancia que dejamos crecer entre
el hombre temporal y el hombre intemporal. El hombre iluminado sobre una
vertiente ¿irá acaso a oscurecerse en la otra? Y su maduración forzada,
en una comunidad sin comunión, ¿no sería quizá una falsa madurez?...”
Al
poeta indiviso tócale atestiguar entre nosotros la doble vocación del
hombre. Y esto es alzar ante el espíritu un espejo más sensible a sus
posibilidades espirituales. Es evocar en el siglo mismo una condición
humana más digna del hombre original. Es asociar, en fin, más
ampliamente el alma colectiva con la circulación de la energía
espiritual en el mundo… Frente a la energía nuclear, la lámpara de
arcilla del poeta ¿bastará para este fin? -Sí, si de la arcilla se
acuerda el hombre.
....
Saint John Perse
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