Lichfrida se hace preguntas cuando camina. Sin suéter, deambula por la plaza donde se murieron 3 o 300. No hay rastros de nada. No hay rastros de hierro y sangre. Ni estelas ni placas. Lichfrida se pregunta cómo sabe las cosas, para qué. ¿Para qué sirve la memoria? Sopla un viento muy fuerte, la enfría. Lichfrida camina con más trabajo. No sabe cuál era el bolsillo, la piedra, la ventana, el hombre que podía darle pistas para comprender cómo se calló la muerte su misterio. Hay silencio de ciudad. Lichfrida no sabe nada. Tropieza con un pedazo de asfalto resquebrajado por la tierra. Y se le olvidan las preguntas.
Esto le ocurre cotidianamente. Y no pasa nada.

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