i. Definiciones
Caracol:
- Cada uno de los moluscos testáceos de la clase de los Gasterópodos. De sus muchas especies, algunas de las cuales son comestibles, unas viven en el mar, otras en las aguas dulces y otras son terrestres.
- Cada una de las vueltas que hace un camino.
Diccionario de la Real Academia Española
Onde mamá y papá –osea, en casa—yo era el pelícano. Emigré y viví con la abuelita, Pitín Peláez, poco más de seis años. Luego anduve en la Santa María la Ribera, en Nativitas, la Del Valle. Ora habito en la Roma Sur, o la Roma a secas, según se quiera. La cosa es que más que casa, yo tenía un caso, que era el de la errante o errática –según se vea— manera de vivir esta ciudad.
No soy el ejemplar ideal de la vida trashumante, ni mucho menos. Pero sea, quizás, el haber vivido tan arraigada a mi casa y mi barrio, allá en la Cuauhtémoc, los primeros años de mi vida; y quizá también para hacerme un poco la sufrida, que me fui haciendo a la idea de que yo no tenía casa, que era un ser descasado.
Más que un reclamo a la familia o una gana de rascar donde picaba lo veía con un halo romántico trasnochado para atajar mi frustración por no haber concretado mi plan de trotamundos. Como en realidad me quedé añorando la idea de ser viajera y vagabunda, me fui buscando una imagen asequible que le llegara aunque fuera a los talones.
Tons dije, soy un caracol, ando con mi casa a cuestas. Algo así como soy bien chingona, porque no necesito hacer puntos en el infonavit, ni conseguirme un crédito geo, ni aprender a construir nada. Soy un animal con la habitación integrada.
Y los últimos años me hice una mini-mitología bestiaria personal. Así, por ejemplo, ante el truene amoroso, me convertí en una gata, para poder lamerme las heridas, y sola curarme. Y también me acuerdo que me encantó enterarme que en el maya y en el horóscopo chino me toca ser serpiente. Entonces, buenísimo porque todos mis proyectos de cambiar radicalmente de piel encajaban con otra imagen animal. Y así.
Bueno, la cosa es que ni caracol, ni gato, ni serpiente, ni pelícano. Sin mi ropa, sin mis zapatos, sin mi casa, sin quien me ayude a ponerme las gasitas, me siento un ser espeluznantemente vulnerable, inseguro, ansioso. Con ropa también, pero no tanto, y se nota menos.
La ropa convierte a las personas en personajes. Su manera de arroparse las distingue, en efecto; las pone en relieve, subraya peculiaridades. No estoy hablando nomás del estilo, el luk, o el calcetín como detalle de distinción. Pienso en cómo una prenda a la que le falta un botón o le cuelga un hilo puede ser un gran indicio de la persona. Los animales no se visten, sobra recordarlo (bueno, hay quienes descubrieron que era buena idea tener suéteres para perro y uniformes para caballo). Los seres humanos desnudos somos los animales más vulnerables del planeta. Excepto un ratito del día en una playa calurosa con hamaca y sombra.
Tons, la desnudez, el caracol. Y que me acuerdo de Pulpo Milenario u Osvaldo, como usté guste. Osvaldo era uno que al principio creímos que era una babosa que había llegado por algún camino y razón extrañas --o sin razón, pero con camino-- a nuestro lavabo del baño, en la comunidad mexinezolana de la Del Valle. Pero nanais. Con el tiempo descubrimos que era un caracol, sin caparazón, que vivía en el lavabo.
Salía y entraba por esos tres hoyitos que están debajo-detrás del grifo. Al principio como que se metía rápido cuando prendíamos la luz. Luego se acostumbró y andaba como Pedro por su casa, con la luz prendida, estuviéramos bañándonos, cagando o lavándonos los dientes.
Tuvimos que poner un letrero de advertencia en la puerta del baño porque hubo de todo, gente verdaderamente asquerosa, que no quería ni entrar al baño porque el bichito les daba repulsión. Y por supuesto, los hubo, quienes querían matarlo nomás porque hay gente así ¡ay!, un bicho; hay que matarlo.
Hasta que un día, nomás, otra vez sin razón --pero con camino, seguro-- se fue. Fin del personaje.
Luego yo también me fui.
Pero me llevé mi personaje, mi cuento guajiro de que yo era un caracol andante, padrísima la cosa, caracolandares y luego más accesorios al pequeño mito.
En poco tiempo me di cuenta de que sin casa, mi casa, de mínimo 4 paredes, un techo, un piso --y no una tienda de campaña, no una casa de otro que me acoge— me sentía mínima, casi miserable. Muy mal.
Pero, bueno, eso no duró mucho. Tengo una casa, linda, con ventanales, tina, plantas y toda la cosa. La comparto con una muy buena rumeit y está chido. Mi amor y yo quepemos en mi mínima cama, y si mi amor no está me mimo a mis anchas con mi almohada yo misma. Sola o acompañada, en fin o entresemana, disfruto hartamente el espacio en el que habito. Tengo vista al mar. Manía de colorear lo que aparece en gris en mis pantallas.
Tons ora pienso, insistiendo maniáticamente, que si yo soy, según si sí o si no, un molusco testáceo de la clase de los gasterópodos, soy de los terrestres, tipo Osvaldo Milenario: sin casa-caparazón, con corazón que necesita casa y una razón, o no. Al menos un camino, con sus vericuetos y sus vueltas.
Foto que tomé a las escaleras de mi edificio
Comentarios
Mándote miles de besos y abrazos
el hemíptero de peluca (y cuya casa es siempre la cabeza más cercana).
Yo la admiro y la quiero a distancia. Vibras de la buena suerte.