La Señora de Charles Bliss

El reverendo Wiley me aconsejó
no divorciarme
por el bien de los hijos,
y el juez Somers, a él, le aconsejó lo mismo.
Así llegamos juntos al fin del camino.
Pero dos de los hijos creían que él tenía razón, y dos de los hijos creían que yo tenía razón.
Y los dos que tomaron parte por él me echaban la culpa a mí.
Y los dos que tomaron parte por mí le echaban la culpa a él.
Y sufrían por la parte de sus preferencias.
Y estaban todos destrozaods por la culpa de haber juzgado,
de alma torturados porque no podían
querernos por igual.
Ahora bien: todo jardinero sabe que las plantas cultivadas
en un sótano o bajo piedras
son retorcidas, amarillas y débiles.
Y ninguna madre permitiría que su hijo
tomara mala leche de su pecho.
Y todavía los predicadores y jueces aconsejan la crianza de almas
donde no hay sol, sino penumbra
donde no hay calor, sino fría humedad...
¡Predicadores y jueces!

Palabras: Edgar Lee Masters (Kansas, 1868- Illinois, 1950)
Imágenes: Max Beckmann (Leipzig, 1884-Nueva York, 1950)
Nota: Sólo al juntar sus fechas de nacimiento y muerte descubrí la coincidencia.

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