LICHFRIDA HACE SU PLAN DE VIDA

Todo estaba guardado en bolsas de plástico y de papel de cera. Miles de bolsitas eran. Las de los tickets del OXXO (para algún dìa hacer cuentas); las de los boletos de camión y entradas a conciertos; las de las ideas nacidas de estancia en parques o estaciones de metro, las de los mensajes cotidianos del amor y la estancia acompañada. Claro, estaban también las que desbordaban teléfonos y direcciones de gente olvidada. Todo en papelitos. Todo en bolsas.

Lichfrida Carles decidió que tenía que comenzar a pensar en la mejor estrategia para organizar su vida. La decisión fue producto de una larga caminata, la lectura del diario, tres cafés americanos sin azúcar, un dolor de cabeza tremendo, y una tristeza feliz que le recorría el ojo izquierdo de cabo a rabo.

Sacó un lápiz y tomó una servilleta. Hizo la lista de cosas que tenía que hacer ese día para darle espacio, en algún momento, a la compra de una libreta y una pluma nueva. Ir a la papelería, escribió. Le gustaba ir a las papelerías; los cuadernos nuevos, las plumas fuente, los artìculos de oficina, las cajas archivadoras.

Después de un breve recorrido mental por los pasillos de la papelería, se enfiló hacia allá para hincarle el diente. En el trayecto escogió cambiar de planes. Se sentó en la banqueta, sacó la servilleta y tachó Recoger carpeta de copias en Copilco, Hablar con Juan Arnuldo Avilés, Comer con abuelitos, Comenzar traducción y escribió Organizar futuro.

Pasó a su casa, para recoger la bolsa que contenía las bolsitas varias. Se forró con guantes, mayas, gorro y bufanda. Se peinó y se embarró un poco de lápiz labial en las mejillas. Se fue a la papelería grande, a la de autoservicio.

Tomó una cartulina para el plan anual; una, para el mensual, pero de otro color. Escogió también un juego de marcadores de colores, para los subrayados de las próximas lecturas. Escogió el cuaderno más gordo, de cuadrícula grande y pasta dura, para la poesía, los apuntes, los miles de proyectos. Luego, una libreta pequeña que fungiría como agenda y directorio. Una par de plumas, desas que pintan rico. Y ya. Presta para iniciar, pagó y salió contenta. Se sentía una enjundiosa emprendedora.

Regresó al café de la glorieta; saludó de nueva cuenta al mesero y a los perros sin dueño. Con un separador y un plumón comenzó a dibujar las líneas del futuro. Luego, aparecieron los cuadritos de los días, los números que indicarían con precisión cuántos ayeres, cuántos mañanas. Lichfrida sonreía emocionada ante la vastedad del porvenir.

Enrolló los calendarios todavía calientitos. Pasó todo los telefónos de personas reconocibles al nuevo directorio. Los demás permanecieron en la bolsita que los albergaba; a Lichfrida le da un pavor terrible tirar a la basura el gesto de algún --poco, pero-- conocido.

La bolsita de tickets pudo irse enterita a la basura. Lichfrida sumó todas las cantidades, y en algún rincón de la primera página del cuaderno gordo asentó: $ 1,200.00 No sabía para qué le serviría ese dato; pero escribirlo ahí era un mínimo, pero importante, rito de paso a otra vida de la bolsa histórica de los gastos domésticos y cotidianos.

Pidió un express para comenzar a convertir las ideas de los papelitos en proyectos de futuro. Reacomodó la mesa. Se puso el suéter, porque el viento frío comenzó a arreciar. Le dió un sorbó a la taza, y escribió, con su mejor caligrafía: Proyectos para el año que entra.

Sacó los papelitos de la bolsa, y los organizó, en orden de varias importancias (profesional, amorística, vital, económica, familiar). El futuro estratégico de Lichfrida estaba ahí, en aquella mínuscula mesita circular, de aquella cafetería al aire libre. No cabìa de contenta. Sacó un cigarrito para rematar el placer del inicio, y una súbita ráfaga de viento helado voló los papelitos hacia todos lados. Algunos cayeron en el charco de la fuente.


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