Mi abuelita Pitín - 1-
La casa de mi abue guarda la memoria de una familia de ocho hijos musicales, cinco yernos, tres nueras y 17 nietos. El piso de madera cruje un nostálgico arrullo infantil, cantado a capela. La cocina está llena de violetas. Las habitaciones, de fotografías. Todos nosotros estamos ahí, detenidos en un momento del tiempo. Las hay en blanco y negro (las viejas, y las que toma mi tío Memo) y a colores (las clásicas y las coloreadas, también por Memo, en Photoshop).
Viví con mi abue 10 años de mi vida. Fue un regalo de la vida. Me enseñó hábitos, canciones, historias y acertijos que aún voy descubriendo. De repente, por ejemplo, sé que hay que echarle una cucharada de aceite de olivo a los frijoles, para aminorar los efectos flatulentos... y ¿eso de dónde lo saqué? Pues de mi abue.
Mi abue se despertó temprano toda su vida. Cuando para mí era madrugada, para ella el mediodía. Cuando estaba de buen humor cantaba. Yo me despertaba deliciosamente. Cuando estaba tranquila, pero no tan contenta, me llevaba un jugo de frutas a la cama. Cuando estaba tensa, iba me decía "Órale, Alicia, ya levántate; son las nueve de la mañana". Jamás habría podido escaparme a tender mi cama. Gracias a ella, la vida empezaba temprano y bien. Todo en orden. Nunca faltó el desayuno nutritivo. Mi abue es de esas mujeres que enfrentan la vida diaria natural e impasiblemente.
A veces, nos desvelábamos platicando, de pie y en el largo y cálido pasillo, hasta las 2 de la mañana. Como todas las abuelas, supongo, mi abue me contó historias terribles y fantásticas, divertidas y trágicas. Nació en el mochísimo León, Guanajuato, en el 29, el día de las Guadalupes, por eso es Lupita, Pitín, Pitincita.
Hoy en la mañana hablábamos de cómo estamos --los seres sociales-- tan acondicionados a la idea de que no podemos vivir sin pareja. Ella sí; su marido murió una noche de Navidad, cuando ella tenía 36. Ella está de acuerdo con mi prima en que nos transmitió cierto temor por los hombres. "Claro, dice, el que con leche se quema hasta a la vaca le sopla." Nos cagamos de risa, y me despido de ella, contenta de tenerla.
La casa de mi abue guarda la memoria de una familia de ocho hijos musicales, cinco yernos, tres nueras y 17 nietos. El piso de madera cruje un nostálgico arrullo infantil, cantado a capela. La cocina está llena de violetas. Las habitaciones, de fotografías. Todos nosotros estamos ahí, detenidos en un momento del tiempo. Las hay en blanco y negro (las viejas, y las que toma mi tío Memo) y a colores (las clásicas y las coloreadas, también por Memo, en Photoshop).
Viví con mi abue 10 años de mi vida. Fue un regalo de la vida. Me enseñó hábitos, canciones, historias y acertijos que aún voy descubriendo. De repente, por ejemplo, sé que hay que echarle una cucharada de aceite de olivo a los frijoles, para aminorar los efectos flatulentos... y ¿eso de dónde lo saqué? Pues de mi abue.
Mi abue se despertó temprano toda su vida. Cuando para mí era madrugada, para ella el mediodía. Cuando estaba de buen humor cantaba. Yo me despertaba deliciosamente. Cuando estaba tranquila, pero no tan contenta, me llevaba un jugo de frutas a la cama. Cuando estaba tensa, iba me decía "Órale, Alicia, ya levántate; son las nueve de la mañana". Jamás habría podido escaparme a tender mi cama. Gracias a ella, la vida empezaba temprano y bien. Todo en orden. Nunca faltó el desayuno nutritivo. Mi abue es de esas mujeres que enfrentan la vida diaria natural e impasiblemente.
A veces, nos desvelábamos platicando, de pie y en el largo y cálido pasillo, hasta las 2 de la mañana. Como todas las abuelas, supongo, mi abue me contó historias terribles y fantásticas, divertidas y trágicas. Nació en el mochísimo León, Guanajuato, en el 29, el día de las Guadalupes, por eso es Lupita, Pitín, Pitincita.
Hoy en la mañana hablábamos de cómo estamos --los seres sociales-- tan acondicionados a la idea de que no podemos vivir sin pareja. Ella sí; su marido murió una noche de Navidad, cuando ella tenía 36. Ella está de acuerdo con mi prima en que nos transmitió cierto temor por los hombres. "Claro, dice, el que con leche se quema hasta a la vaca le sopla." Nos cagamos de risa, y me despido de ella, contenta de tenerla.
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