Resulta que...

Estaba un día sentada, desfaciendo unos entuertitos, que tenía por a'i guardados (eufemismo para: olvidados adrede en algún rincón de alguna de las cajas en las que estaba sin desempacar mi vida entera), cuando escuché un ruido estruendoso de cristales.

Me asomé por el balcón para mirar hacia la calle, pero no había ocurrido nada que me incumbiera. Luego, se me olvidó lo que estaba haciendo y me fui a colgar la ropa húmeda.

Chiflando alguna rola de mis lugares más comunes me encaminaba hacia la azotea, pero vi el ocaso del sol descender sobre el palo de lluvia de mi terraza. Descubrí que el invierno va a regalarme buenas dosis de luz crepuscular.

Tons, me acerqué más y más para ver por dónde iba entrar el susodicho durante las tardes de hibernación findesemanera, cuando me encontré con lo que produjo el estruendo aquél de hacía un rato: mi ventana se había rompido en mil pedazos con la fuerza del viento. Eso si que es una novedad. El viento pega en mi recámara, con una fuerza que no detiene nadie. No hay edificios alrededor, ni muros contenedores, ni nada por el estilo.

Bueno, el caso es que decidí, como para realizar un sortilegio, recoger un cachito de vidrio al día. Como para rearmar mi vida al tiempo que desaparece cada uno de los vidrios. No se trataba nomás de un placebo, la cosa tenía su toque mágico.


Salí en búsqueda de un vidriero, en pleno sábado. Las tres vidrierías del barrio acababan justito de cerrar.

Así como soy, tons me jui a tomar un café. Ahí me encontré con unas mujeres dialogando. Eran reteintelectuales y sabihondas, irónicas y lenguaraces. Eso fue lo que más me gustó, pero fascinada como me tenían, se me olvidó ya.


Lo que dijeron, no sobra decirlo, me ha conmovido inmensamente. Si no fuera la Kollontai el armado del rompecabezas hubiera sido más lento y doloroso.

Finalmente, también lo diré, después de escucharlas subí corriendo a mi departamento, para recoger los vidritos, todos, hasta el último. He pensado que al pensamiento mágico hay que dejarlo en impás mientras clarea.

Mientras haya luz afuera, saldré a mirar, guiándome por la claridad de lo que mire, con atención, nomás pa' desquitar el precio, porque ¡lo que una tiene que pagar por los ojos, viendo lo que se ve en este mundo tan jodido y ajado!

El diálogo, a más de uno le vendrá bien, aunque sea de lejitos:

Erica Jong: ¿Dónde estaban las mujeres que eran verdaderamente libres y que no se pasaban la vida rebotando de hombre en hombre, sintiéndose completas con o sin marido?

Alexandra Kollantai: La mujer que encuentra la voluntad de vivir, de trabajar, de crear, es la verdaderamente liberada. Para ella el mundo ya no se encierra en el círculo estrecho de las emociones amorosas.

Erica Jong: Miramos hacia nuestras heroínas en busca de ayuda y, ¡sorpresa!, he aquí que descubrimos a Simone de Beauvior, quien jamás mueve un dedo sin consultar primero a Sartre. Y a Lilian Hellman, quien se muere por parecerse a Dashiell Hammett, para que así él pueda quererla tanto como él se quiere a sí mismo. Y a Anna Wulf, la heroína de Doris Lessing, que no puede tener orgasmos si no está enamorada, lo que no le sucede muy a menudo. Y así todas las demás –las mujeres escritoras y las pintoras—casit odas tímidas, retraídas, esquizoides. Tímidas en sus vidas y valientes nada más en sus obras. Emily Dickinson, las Brontë, Virginia Wolf, Carson MacCullers… Flannery O’Connor criando pavoreales y viviendo con su madre. Sylvia Plath metiendo la cabeza en un horno ya mítico, Georgia O´Keefe sola en el desierto, presunta sobreviviente. ¡Qué grupo! Severas, suicidas, extrañas. ¿Dónde estaba la Chaucer femenina? Una sola mujer que combinase el juego, el gozo y el amor con el talento. ¿Dónde encontrar una guía? ¿Colette, con su afro gálico? ¿Safo, de quien nada se sabe? “Me matan el hambre y la pena”, dice en la traducción que tengo al alcance de la mano sobre mi escritorio. ¡Y así nos sucede a todas! Las mujeres que más admirábamos eran casi siempre solteras o suicidas. ¿Sería ese el término de nuestro camino? Por lo que reiniciamos nuestra búsqueda del hombre imposible.


Alexandra Kollontai: Nuestro error consistió en que siempre sucumbimos a la creencia de que finalmente habíamos encontrado el ideal definitivo en el hombre que amábamos, la persona con quien creíamos que podíamos fundir nuestra alma, aquella que estaba totalmente dispuesta a reconocernos como una nueva físico-espiritual. Pero una y otra vez las cosas salieron de distinto modo...

Lo demás de la Kollontai, pa' luego, que me tengo que poner a preparar un examen extraordinario de Materialismo Histórico.

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