Un día remoto me compré un librito bien bonito en una de las librerías de usado y viejo de Álvaro Obregón o eSe Gualterio Medina o El libro de pan.

Pero era nuevo.

Me gustó su textura áspera, piel rugosa de un ejemplar flaquillo. Un separador de piola blanca brillosa me sedujo (no tiene grapas, está sutilmente bien doblado). Me lo llevé colgando de un dedo por el camellón, después de enterarme distraídamente de que se trababa de un libro sobre pan.
Llegué a casa y lo guardé sin volver atenderlo.

En realidad siempre habitó con los de su estirpe, entre lo invisibles, los sietillos, los que no pesan. Delgadas sus hojas y sus cuerpos. Sin lomo para atraer una mirada incauta, sin títulos de seducción. Solitario de anchos márgenes, en librero vive en el departamento de hasta ribota, siempre silencioso.

Creo que está medio enamorado de su vecina loca, una colección chula y antigua, de colores, de poesía y cuento de la UNAM. La más vagabunda, se conoce las calles de mi casa con la palma de su mano. Va al baño, a la cocina, a la sala. Se codea con todos los círculos sociales del librero. Anda a deshoras fuera de cama. Creo que es la puta del libridificio.

Pero, volviendo al trigo, sin llegar al grano, el caso es que hace rato andaba sintiéndome provocada por un recuerdo que me costaba recuperar. Quizás hace unos días tuve alguna intención obscura con él. Eso ya lo olvidé. Hoy, race ratito, cuando entré por la puerta de mi edificio, pensé “ajá, el libro de pan”.

Transcribo lo que encontré tras la lectura. Por lo demás y por lo de antes, es un libro bellísimo, rico, una invitación deliciosa a los recuerdos del gusto, de la quijada, el labio, de la lengua y del lenguaje. Se me hizo agua la boca. Mis manos acarician pan de libro.

Pero fíjate que, además, que es exquisito en descripciones. Patiné cual mosca nocturna en bandeja de panadería. Y me trajo el barrio, y a mi papá de medianoche, húmedo, oloroso. Llegaba con una bolsa de papel destreza con manchas de grasa. Había que adivinar el contenido mirando las protuberancias del bulto. Recuerdo que una vez descubrí, sin lugar a mis dudas, el lugar de una dona. Grité “¡Dona!”, con seguridad divertida y la estrujé, desde afuera, con todas mis fuerzas. Se rompió la bolsa. Me tocó comer dona aplastada. Me supo más rica.

Osea de que quiero compartir con usté de mi mordida de concha, remojando caparazón en taza de cafecito con leche. De postre, beso cajetoso.


Camelia o concha

Es circular. Su base plana y su parte superior en cúpula la semejan hemisférica.

Su interior es de masa amarillenta; porosa y suave, parecida al migajón pero menos compacta.

Por encima la cubre un conjunto de figuras cuadriláteras de color amarillo (hechas de una pasta dulce) que la hacen parecer una tortuga blanda. Entre esa figuras, las estrían dejan ver una superficie tostada, color ocre. Concha de tortuga, sí, tortuga amarilla, inofensiva, pero no menos fantástica que las verdaderas.

Oreja

Su nombre, al compararlo con su forma, resulta empobrecedor. No es simplemente la representación de una oreja )a menos que pertenezca a un fantástico animal imaginado parte por parte en cada pan, soñado por los panaderos. La integración de los padres en un solo monstruo es inefable aquí), sino algo más libre: Un arpa, un remolino, un eco de azúcar, una múltiple “B” repetida en un espejo concéntrico. Acaso sea –no la oreja—sino el acto de oír, las ondas metidas en el caracol acústico lo que designa esta figura.

Sí, es la forma de una “B”, sin el travesaño intermedio, algo como la mitad superior del corazón con sus aurículas solamente. El diseño de la “B” se repite, concéntricamente desde el núcleo a la orilla, cuya forma es la misma de aquél. Cada línea (cada diseño de “B”) está hecho de una pasta delicada como las del pan de polvo, y entre una línea y la siguiente hay un intervalo de oscura salsa dulce, a manera de margan, de surco.

Cuerno de mantequilla, 1

Aunque parecido al “croissant”, posee una innegable nacionalidad mexicana que lo presenta a la voz popular como ejemplo del pensamiento picaresco de México.

Su forma es un equilibrio entre carnero y molusco, que el orfebre barroco aprovecha para mezclar varios posibles orígenes. Algo como un caracol enroscado en espirales que asemeja un par de cuernos. Su interior es una masa suave perfumada con leche y sabor a huevo batido.

O

Cuerno de mantequilla, 2


Es el cuerno ya descrito. Pero en otra versión, la que las puntas están tan unidas que simulan las pinzas de un cangrejo. Es uno de éstos, con las tenazas unidas al frente.


Trenza

Es una columna espiral como las de la Alambra. No termina en punta, sino que propiamente carece de extremos definitivos.

Es una sola circunferencia (una rosca) que está torcida para formar una trenza, un churro cilíndrico.

Así como las roscas, que son dos circunferencias entretorcidas en un solo espacio ondulado, su color es el mismo, tostado y opaco. Su interior es migajón seco y poroso, salado, grasoso.


La micha

Recibe diversos nombres en las numerosas regiones del país: birote, torcido, telera, resobado, francés. Este último nombre confirma lo dicho en este mismo párrafo.

Su forma es elíptica, casi romboidal, pero curva. Sus extremos rematan en punta, una punta redondeada, como apéndice. Su centro es abultado como una barriga. Allí alcanza su máximo espesor, que decrece hasta llegar a las puntas… Tiene una abertura que recorre su longitud de punta a punta, con un grueso borde que la limita. Esta abertura le da apariencia de bolso cerrado o –mejor--, de fruta que se ha hendido para descarnarse.

La primera impresión de su forma completa es la de ser un vulva con sus labios mayores cerrados; en rictus de virgen.

Su exterior es una corteza dorada, color madera. Su interior es migajón suave.


(Continuará…)

Samuel Walter Medina, Repostería (el pan mexicano) barroca, Ediciones Papel de Envolver / número treintai3 de la Colección Luna Hiena , Universidad Veracruzana, 1987. El editor fue A. J. Fernández y el que diseñó y dibujó los forros fue Pepe Maya. Se imprimió en los talleres de “El Lema”, en Xalapa, Veracruz. Formaron Emilio Galindo y Gilberto Macías e imprimió Rafael Ramírez Garrido, sobre papeles de estraza y cartulinas minagrís. La edición consta de 1000 ejemplares y la cuidó el editor.

Dicen unos que lo conocen a eSe Gualterio, y a mucha gente más, que nació en el 53, y que debiera juntársele con los raros (Apollinaire, Julio Torri).

Yo no sé, yo ahora tengo antojo de esa galleta de avena gigante que está envuelta, partida en dos cachos sobre el refri. Y un vaso frío de leche.

Buenas las tenga
.

Comentarios

Daniel Durini dijo…
Esa Lich,

cuanta maravilla culinaria! Empiezo a pensar que la verdadera nostalgia que me aqueja está inminentemente relacionada con la comida... en este caso el pan dulce de México. Y así, acabo de regresar en un viaje relámpago de la panadería Elizondo, que solía estar en la esquina de la casa de mi abuela (y la mía por largos años), echarme una docena de churros, dos mantecadas, tres orejas, un cuerno, dos conchas y un chocolate Abuelita bien caliente. (El que se me estén saliendo las lágrimas supongo, nada tiene que ver con la maravilla gastronómica; o lo tiene que ver completamente?). Ah, sí, me guardé tu galleta de avena partida en dos para después de comer en la "Mensa". Gracias por el viaje.

Un abrazaso,
Anónimo dijo…
Qué coqueto. Qué cobarde. Sin nombre. Sin clase. Aturdido por mi incertidumbre. Algun día volveré con algo concreto, de aquí, de las palabras, y te diré, por lo menos, de que sabor me gustaría ser.
Anónimo dijo…
No mames, me costo mas de cinco años encontrar "Sastrerias", ojala podamos estar en contacto. carlosdemian@hotmail.com

La metáfora de una FIL
por Carlos Demián

La metáfora necesaria no llega en días de placidez ni de sueño, impávida y neurótica llega demasiado tarde sin disculparse, irónica mira su reloj retrasado en la memoria y el ayer, cuando el sueño llega y la noche esta en su cenit, a mitad de su no ser, ni madrugada, ni noche, ni día, ni cualquier mierda. Porque los tiempos no le son necesarios mas que para invocar los fantasmas y las cosmogonías que sus gestos amargos podrían imponer. El sueño es mas bondadoso, llega en el momento justo de la fragilidad, allí, en ese hilo donde los cables hacen explosión y dinamitan la razón. Allí, donde los cuchillos están permitidos, en el deseo de morir con tal de conciliar la noche, donde las obligaciones mueren, la pareja esta ausente, los vecinos fornican, y la noche... la noche es un diamante en bruto. Llega la paz en busca de un toque, una navaja, un culo, una mujer, un abrazo.
Voy reconfortado a mirar la caja que hace horas me ha causado dolor, un regalo de mi hermana, un abrazo, un “te quiero” lleno de esferas, un mirarme al espejo solo para escupirme en la jeta lo desgraciado que soy, lo ineficiente para esta vida. Es hora de tranquilizar a los asnos y sus coses, los deseos, las metáforas, la escritura; temeroso emprendo el arma llamada palabra que a nadie hace daño hasta no llegar al Capitolio de la palabra pública, verdugo y juez de la creación. No es necedad buscar la forma de expresar la palabra fuera de un contexto ni la arquitectura perfecta para el no ser, son mierda los estudios académicos para estimular la escritura, son mercaderes en busca de oro; la literatura es el deseo de volver al útero materno y buscar venganza, es una explosión de palabras, movimientos que hacen que una pared respire y se mueva en un viaje ácido (LSD es lo mas conveniente), es unas líneas de buena cocaína en combinación con la literatura, es una risa de buena marihuana, es una sonrisa en un café que se cree sincera y cómplice con la pareja en turno y es asquerosa, es asqueroso saber que vomitaré por la mañana para estar ebrio en la madrugada, drogado a medio día, fornicando a media tarde, metido en problemas al atardecer, y muriendo otra vez al caer la noche. Imposiciones sistemáticas, lucubraciones de bandido cobarde con un reloj atravesado en el pecho, detenido, impávido, angustiado y ansioso.
La única razón de tomar las armas es no tenerlas a la mano, no así un teclado, no para interpretar un villancico sino para sacar a Bach de su esqueleto y sentirlo dentro para escuchar el Réquiem y dejar que él haga lo demás, que al fin culmine.
La metáfora es no detenerse frente a un flor, tal como hace el colibrí con sus pensamientos, una sola frase basta para conciliar el sueño de una semana insomne, soñando que uno escribe, la mariposa escritora o el escritor volátil, volativo, brutal, académico e insípido, es la inutilidad de un mañana borracho e insomne, es sentir como las tripas se conectan con el universo adormecido, durmiente, porque hay que conjugar los verbos, conjurar las palabras que han sido aprisionadas y se rompen con un “te quiero” casual y ancestral conjugado en un instante. Es saberse encadenado y aun libre en la sima para mirar con nostalgia (del Nostos) la aldea aborrecida. Es saberse prisionero de uno mismo, es conjurar maldiciones, es no saberse único y aceptar como necesario el yo y para esto, señores académicos, es mejor comer carne cruda, primitiva (Arriba los tártaros pero mejor quienes la condimentaron con aceite de oliva, cebolla y chile verde; a huevo) que mil de sus putas clases de las que nadie podrá sacar un lamento, sino cómplices sonrisas del sobreviviente en “un mar de tinta” tal vez vestir un frac democrático y un premio literario ganado a pulso en años en un taller con el jurado en turno, pero jamás saldrá de la roca un chisguete que de vida al mañana, benditos aquellos que sobreviven entre tanta podredumbre académica, poblada de sicarios culturales, antropólogos de la sumisión, becarios analfabetas a los que es mas necesario el aplauso de sus amaestradores que morder la mano de sus opresores, eso si, están preparados para ser sociales y soportar pláticas y preguntas estúpidas gestionadas de antemano ante cámaras de televisión que darán su mejor ángulo ante tanta y tantas deformidades.
Esos jurados se cagan en su mierda, en un solo instante de soledad en una carretera despoblada, en la angustia de soportar una prisión, al final las paredes del opresor son mas benevolentes que sus gestos de aprobación, es mejor la humedad de una mazmorra que sus lagrimas navideñas, prefiero mil veces este mundo solitario al que los abogados jamás penetran que sus títulos insípidos ni sus juicios logrados. Prefiero la destrucción a su gloria, prefiero la compañía de mis libros a sus labios pintarrajeados de deseos navideños, prefiero mil crucificados que un solo instante de paz, me siento mejor entre asesinos que entre sus nobles y ejemplos de la sociedad, me cago en mis padres y su bondad, prefiero las dentelladas de los lobos que sus caricias impregnadas de culpa. Una metáfora es mas fuerte cuando nadie la escucha. Es mejor así, dejar que la ira y el hambre cedan ante el sueño, ante la aurora boreal, que la ira se escape por los poros del cansancio.
Si desean un trabajo sobre la creación literaria es este, sincero y, por mí su calificación se puede ir a la mierda... habrá tiempo para que pueda volver a certificar su materia, que evitándome la pena, de nuevo no volveré cursar.
Por cierto, si es el alcohol el que rodea este escrito es porque ya he abierto las llaves del gas y parafraseando a Borges: “La obligación del escritor no es construir, sino destruir”. Si no se es escritor, al menos se puede ser terrorista.
El espacio donde puede germinar la creación literaria termina justo donde comienza su labranza académica, saturada de gases mal habidos de frustración pues allí es donde muere la creación.
Las esferas y las luces de navidad adornan y brillan mas en los árboles putrefactos de la culpa; son mas altas las murallas en el lugar donde pernoctan los asesinos. Tiro mi cobija e insomne observo las estrellas inmóviles que giran dentro de mi cuerpo.
Y si quieren pies de “página” salgan un día temprano de sus clases que a nadie sirven, abran la puerta de sus “hogares” y descubrirán debajo del cuerpo de sus maridos o de sus esposas los pies de... pies que nunca desearan haber observado, pero si miran sus pies con atención, se darán cuenta que sus pies están llenos de ojetes, perdón señores académicos, quise decir: juanetes. Y entonces sabrán el porque sus esposas insistían que yo me merecía un diez.
Ay, estas cosas del azar, Dios no las permita, no aceptaré un nueve por calificación...
Un abrazo
Carlos Demián

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