Cuando lo vi estaba gateando, desnudo y mojado, por la cornisa del décimo piso. Me quedé paralizada y sin aliento, mientras escuchaba una voz femenina que lo llamaba, desde el piso de abajo.
Yo no podía rescatarlo. Temía asustarlo y hacerlo caer. Me asomé para ver a la que, suponía, era su madre. Lo llamaba suplicante, con los brazos extendidos. El bebé no le hacía caso.
En cuanto se cruzaron nuestras miradas, la mía estupefacta, y la de ella angustiada, el bebé cayó al vacío, a gran velocidad. Escuché un ruido de golpe seco y estruendoso. No quise mirar.
Volví a recuperar el ritmo del aliento, a la llegada del crepúsculo.
Yo no podía rescatarlo. Temía asustarlo y hacerlo caer. Me asomé para ver a la que, suponía, era su madre. Lo llamaba suplicante, con los brazos extendidos. El bebé no le hacía caso.
En cuanto se cruzaron nuestras miradas, la mía estupefacta, y la de ella angustiada, el bebé cayó al vacío, a gran velocidad. Escuché un ruido de golpe seco y estruendoso. No quise mirar.
Volví a recuperar el ritmo del aliento, a la llegada del crepúsculo.
Comentarios
Un abrazo de cómplice (que ojalá hubiera podido decidir si participar de esta experiencia o no).
Daniel