Cuando lo vi estaba gateando, desnudo y mojado, por la cornisa del décimo piso. Me quedé paralizada y sin aliento, mientras escuchaba una voz femenina que lo llamaba, desde el piso de abajo.

Yo no podía rescatarlo. Temía asustarlo y hacerlo caer. Me asomé para ver a la que, suponía, era su madre. Lo llamaba suplicante, con los brazos extendidos. El bebé no le hacía caso.

En cuanto se cruzaron nuestras miradas, la mía estupefacta, y la de ella angustiada, el bebé cayó al vacío, a gran velocidad. Escuché un ruido de golpe seco y estruendoso. No quise mirar.

Volví a recuperar el ritmo del aliento, a la llegada del crepúsculo.

Comentarios

Daniel Durini dijo…
Ah, hijo... Ahora yo tampoco dormiré hasta mañana. La vida...

Un abrazo de cómplice (que ojalá hubiera podido decidir si participar de esta experiencia o no).

Daniel

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