Atenco desde arriba

Empecé a mirar Atenco desde un helicóptero, desde arriba. La patada en los huevos del tira inerme me carcomió otro tanto las convicciones.

Después, más tarde, pude ver el Atenco de a pie, pero desde atrás. Atrás de los escudos, atrás de la línea policial, desde atrás del tiempo.

Desperté a Roque, y despertó recitando aquel poema de "Los policías y los guardias". Pero extrañamente lo comenzó a recitar al revés: "Que no se sorprendan y mucho menos pongan cara de ofendidos".

Esa noche ya sabía lo que vendría al amanecer. No había nada más que hacer que dormir y despertar a tiempo para la transmisión en vivo. Justo a la hora en que Roque terminaria de decir "un monton de espaldas que corrían para allá/como un campo para dejar caer con odio los garrotes". Era como mirar Atenco desde la derecha, con la Derecha en pleno gritando en televisión.

Desperté mirando Atenco desde atrás del tiempo. Los nostálgicos comenzaban la fiesta, la retahila de justificaciones, de llamados a la fuerza, a establecer el orden (el viejo o el nuevo). El miedo y el rencor una vez más estaban marcando el camino, los caminos.

Empecé a mirar Atenco desde abajo y a la izquierda cuando llegó la primer lista de detenidos, las primeras noticias de los golpeados, los correos, las llamadas, el periódico, los detalles... Nunca me ha gustado tomar postura por decreto (la razón es del débil, el mal es de los ricos, los buenos somos nosotros) porque me gusta pensarme, pensarnos, complejos, pensantes, con voluntad, intención y albedrío.

Pero que no me toquen los cojones, como diría un gachupa que conozco.

En las listas comenzaron a aparecer los nombres conocidos, en televisión sus rostros, en la memoria sus voces. Despertó también Bertold, parafraseándose: "vinieron por ellos, que eran nosotros, y tampoco dije nada".

Cuando salí a decir ya había gente en la plaza, algunos decían el viejo y conocido refrán, otros su letanía aprendida en algún catecismo partidista, otros, los menos, informaban. Empezaron los desencuentros porque justo cuando me fui a tomar un café empezó la marcha, me convertí de pronto (¿otra vez?) en un "¡esos son, esos son!". Y la lluvia, y la cita, y la chamba, y la hueva, y los alfileres y las mazas.

Seguí mirando atenco desde el puente. Ofendido, ofuscado, enojado. El cinismo y la indolencia de los encumbrados me volvió a sorprender. Alcé la voz y firmé algunos "castigo a los responsables", suscribí los retos del lobo a madrizas a muerte con los fascistas, los fascistas me asustaron una vez más, pero me senté a escuchar, a mirar, a comprender, como vil zen, y sólo dije, como antes, como siempre: "¡no pasarán!".

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