GRAFFITTI
Huele a hombres viejos, a perro que se nos murió ayer. La verdad es que este laberinto de calles es la traza de las preguntas que Lichfrida se hace todos los días. Nada que no se haya preguntado antes. Como si fuera herencia de tíos refunfuñones, el futuro sigue siendo un cofre de tesoros cuya llave está perdida. Camina con dolor de garganta, y fuma. Camina con dolor de muelas, y masca sus ansiedades para no estallar en lloradas litúrgicas, para no volverse inconsolable. El cuerpo nomás le funciona, el día le apura, la mala suerte de vivir con la conciencia parada de puntas la mantiene erguida. Lo demás es un sueño diurno, una chaqueta metafísica, un boceto de nostalgias para desmenuzar en silla de ruedas. La vuelta de la esquina está cerca, la cita era hace dos horas. El enojo, sin embargo, no es capaz de metamorfosearse en látigo o veneno. Y queda un rato para seguir andando. Lichfrida anota finamente sus dolores, con un pincel, en la pared. Y una julia llena de rufianes la monta encima, para llevársela, por daños en propiedad federal o en propiedad ajena. Ahora sí, sentada en una banca color ostión, Lichfrida llora hasta que los llantos le queman la lengua y el cerebro.

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