TARDE DE TIEMPOS ROTOS
Lichfrida Carles envejeció de repente. Se levantó de la cama, y estaba todo asquerosamente orinado. Corrió al baño para meterse a la regadera, y se encontró con Doña Lichfrida, pálida y ocre, detrás de un par de platos grises que la miraban iracunda. Se fue asustada a recorrer su casa. Todo estaba exactamente en las mismas condiciones que la noche anterior, excepto porque en las fotografías estaba ella, con sus 9 hijos y sus doscientos mil nietecitos comiéndole las faldas. Apretó el ceño, y mecánicamente se puso los lentes de anciana que le colgaban del cuello, para acercarse a conocerlos: allí estaban todos. En una foto llena de color, de mayor a menor, estaban sus hijos: Turbocar, Paulatina, Implícito, Oxígeno, Hartitas, Melamina, Sopadepelícano, Pochola y Alekinicapablanca.
Resopló de asombro y turbación y se dejó caer en el sillón, con un gran dolor de cabeza. Fijó la mirada en la esquina del librero horrible de rattan que le heredó su abuela y puso la mente en blanco. Así estuvo durante seis horas. No tenía soltura para preguntas racionales o filosóficas. Fue a su cajón de archivos personales, y se encontró la historia. Cada uno hijo de padre distinto, cada padre de distina filiación fenotípica, un par de ellos en realidad eran mujeres, una griega, y una descendiente de árabes (garantizada por la nariz prominente). Uno, hijo de monje zen, otro de matemático empedernido.
Nada de lo que se estaba enterando tenía sentido. ¡Y luego los nietos! ¿De dónde salieron tantos? Plaga de hormigas no había estado nunca en el inventario de sueños futuros. ¡Pero, cuál futuro! La piel arrugada, las venas saliéndose, la escasez de pelos en la pucha y las axilas, el colgajo humano...todo muy presente.
El corazón comenzó a acelerarse, la presión se le bajó hasta la punta du su infierno, y se retiro a llorar la angustia en el rincón de su cocina, como una bebé. Después, se convulsionó, y perdió la conciencia.
Cuando reabrió los ojos estaba en el departamento de interés social de su madre, todo olía igual que siempre: a humedad seca. Todo se veía igual que siempre, y estaba en su justo lugar: calcetines en el comedor, toallas mojadas en la sala, trastes sucios, libros en el baño, periódicos en la zotehuela, cortina caída, trastes en los cuartos. La mamá y el hermano entraron tan campantes por la puerta; traían coca-cola y chuchulucos para ver una película. Lichfrida, descalza, sudaba fríos. Paralizada de incertidumbre, preguntó a mamá:
--Mamá, mis hijos y mis nietos....
--Chale, hermana, estás bien piradísima...Mejor vente a ver una peli con nosotros.
--¿No que no nomás quieres tener uno, hija? Oye, te ves muy pálida, ¿que no comes ahí en la chamba?
Lichfrida volvió a dejarse caer en el sillón. Su razón estaba agrietada.

Comentarios

Entradas populares