CONCIERTO DE LLUVIA PARA TRES ALIENTOS.
1er. Movimiento


Apresurada, con su caparazón a cuestas. En cada esquina se detiene concienzudamente a pensar lo que ha significado el último trayecto. Se tropieza con una cubeta de no estacionarse. Demasiado pensar, piensa ella. La lluvia le enjuaga las tristezas. Ni se culpa ni se perdona.



Alguien la ha abandonado alguna vez; la tarde la dejó botada en el último coño de la ciudad; su madre rompió un día la ventana con los codos; se arrastró hacia su monstruo una noche de dominó y aceite de los mil demonios; un amor platónico le acarició la espalda y luego se fue a vivir a otro planeta; se curó una cruda entre los pantanos de Chimalhuacán –arrancando del lodazal un volkswagen–; se cayó en una fuente, y luego no vivió sin ella, y emergió de ella, y la nombró la fuente de cada día.

Entonces pasa un auto a toda velocidad junto a ella y la encharca de agua sucia. Ella, desconcertada se tropieza; se queda un rato en el suelo a confundirse con el asfalto. Desde ahí ella se amiga de las piedras. Desde ahí ella conoce un cielo y un suelo humedecidos. El tiempo se detiene a contemplarla. Detenida es una estatua derribada.

La noche se llena de luna. Tea se frota las entrañas, y sale de la tina. Deja correr el agua del grifo mientras se mira la cara. Ojos hundidos, ojeras obscuras, pupilas de fuego. Recoge su pelo, se moja los labios, cierra los párpados. Bebe del chorro y le trenza la lengua. Abre los labios, los cierra, los abre; mete la lengua, la endurece, la suelta. El chorro le chupa las comisuras, le lame los dientes, le aprieta los labios, le muerde la lengua. Un poco de sangre se esparce en las paredes del lavabo. Ella abre los ojos, cierra la boca. El beso ha terminado. La humedad le ablanda el caparazón. Alguien la ha abandonado alguna vez. La noche se llena de Tea.




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