MUJERES DE NOTA ROJA
Habemos unas cuantas que llegamos para quedarnos. Largo es el camino que le damos a la palabra. Más lejano, más contundente el que habituamos a caminar con las palmas. En la palma de la mano va el espacio, el tiempo, la profundidad del mar con su obscuresencias y las algas marinas jugando a hacer cosquillas. Las cuartas partes de nosotras son esponjas amarillas que guardan para sí toda el agua que se nos vierte dentro. La primigenia nota musical que nos agota es el aullido/jadeo/respiración de un amante recostado sobre nosotras. Nos cabe una plantación de algodón en la matriz, una serie impar de rizos dorados, un ventanal sin cortinas y sin delotroladodelmundos. Cuando la lengua de un hombre se posa sobre uno de nuestros pezones recortamos con tijeras las amarras del mundo. Sacamos con cubetas todas las congestiones blanquecinas de los volcanes submarinos. Ahí hacemos grietas que se asemejan a nuestras vaginas. Posamos en las fotos para que las focas y los pingüinos de Futurungo tengan flores y catarinas que adornar en Navidad. Comemos poco el día del amor para languidecer más fácil sobre los brazos de los ogros montañeses o los príncipes ermitaños. No damos concesiones. Si nos enamoramos le damos la espalda a la cordura. Tenemos la ventaja de venir de una casa en la que no se exige hora de llegada ni tarjetón de virginidad. Somos vírgenes como Enriqueta, vírgenes terrestres. Aquí nos coloca el hado, en lo café del planeta. Aquí derramamos la sangre que baña los manantiales de noche, cuando nadie los ve. Distribuimos el amor en sobres de colores y lo mandamos por correo a visitar otros continentes. A veces somos quienes la hacemos de carteras y mensajeras. No somos palomas, ni pichones, ni aves de rapiña. En todo caso nos gusta ponernos alas para hacer el amor sobre alfombras de tela o de pasto para en el aire dibujar sombras abrazadas de la luna. En nuestra axila escondemos abrazos que soltamos al primer zarpazo. Llevamos vida de putas para convertirnos en ángeles, o viceversa, da igual. Masticamos uvas, hierbabuena, bugambilias y vomitamos cuentas de collares sobre la espalda o el pecho de otras mujeres o de hombres/abraz(s)adores. Algunas veces sentimos la muerte y creemos ver la luz que los que dicen que la vieron, vieron (o no). A veces silencio o ausencias ajenas nos contagian y nosotras mismas nos convertimos en silencio y en ausencia. Nos quieren cobrar ciertas cuentas y nos retorcemos y cerramos los ojos: no nos atrevemos, por compasión, o por miedo, a decirles que ya no los queremos. Cargamos con una oveja en el brazo cuando caminamos hacia el territorio nuestro, único, sectario, exclusivamente femenino. Ahí descansamos del amor o más nos buscamos. Salimos corriendo para subirnos a los árboles a buscar nombres. Tejemos combinaciones. Hay una urdimbre mundial de productoras libres asociadas en cooperativa. LLevamos mal las cuentas porque a veces una voz nos dispersa, nos desatiende y regresa. Les ponemos ruedas a los carruajes para que se vayan las que quieran ser Medeas. Acorralamos a nuestros padres en un amor elektrizado que no tiene vigencia, frontera ni escapatoria. Sobre un espejo ponemos la cara de nuestros amantes y más allá de su amarrres, sus lunares, barbas o posturas corporales buscamos en sus ojos el reflejo de los petirojos. Si habita en ellos la belleza nos apoderamos de ellos y los amamantamos. Buscamos más de uno porque nos sobra espacio, tiempo y risas. Nos gusta bailar con ritmos distintos en diversos complejos copulares. No coleccionamos nada. Si no hiciera frío buscaríamos portar menos vestidos o hacerlos de migas de pan o tapizarnos de arena o enredarnos en manto de cielo. Más fácil nos disponemos a la vida; la muerte es un mal que apetecemos hipócritamente porque cuando nos vemos en la necesidad recurrimos a ella, pero siempre que ésta obstaculiza un beso, un abrazo, un entrar de ellos en nosotras, no le damos la cara sino la espalda. Nos acobarda lo ya, lo así, lo deningunamanera, lo yanimodo, lo esqueyo, lo déjamepensar. La nonegésima parte de nuestras células vive de danza compartida. Habemos unas que nos vamos, pero nos quedamos.

A. Andares. 30 de abril de 1999.

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