EL ATRIL EN EL FUNICULAR
Volumen 1, Número 2


Averiguo un nombre. He preguntado ya en todas esas esquinas.

Indulgente he sido lo suficiente con su sapiencia
color de hormiga,
con su disimulo parsimonioso.
O no me quieren hacer pertenecer al gremio
o me quieren echar del lado de los vivos
y yo no quiero.
Averiguo una posibilidad de sombra
caminando por control remoto
con sus pajes y sus doncellitas
y todo.

Busco en el directorio de los días el turno para mis piernas. Todo está blanco. No hay espacio de tan vacío que está el terreno de los asfaltos.

¿No tiene ahí una liniecita para rellenar? ¿Un musguito qué poner? ¿Necesita mi piel con apellidos?
¡¿Cómo que credencial?!
Mi última vigencia pernoctó en un hotel perdido en la frontera. Le ofrezco este rastro,
este valiente
contubernio con la sábana.

Camino por esta huequez de los ladrillos.
Sigo buscando a la bestia de los miedos.
No he podido con la batalla esa que me recetó el doctor.

Ahora indago si su piedra no era más bien un nudo de preguntas infantes sin respuesta ni tutor ni nada.

Que las piedras tampoco hablan. No de madrugada.
Mudas las necias
progenitoras de este golpe a medias violento
en la tibieza de la sien.
No recuerdo nada. A partir de ahora todo es un chorro de cristal por expandir las ansias.

A partir de la campanada
canto mi cansado graznido
y compito con el ruido de la ignorancia vencida.

Averío este esqueleto en blanco y negro y rompo y batiendo batiendo
deshago los últimos nudos
quito las enredaderas verdes.
De cualquier forma me sentará el color de la tarde, aunque esté fría:
ya dijo un sabio que el amarillo es el color de los enamorados.
Y no era sabio, pero amarillo.

¿Asunto? Nada, señorita, que venía yo a preguntarle si tiene alguna molestia extrema con el hecho de que yo me meta sin permiso de vez en cuando en su cama, la que habita pues, la que le tirita de insomnio y purga de frío al amante…
y no obtuve respuesta.

Nadie quiere darme una certeza,
mínima, certera;
desterrarme de este papel sin dimensión ni fondo, sin frontera.
A partir de ahora, la hora
desatinaré en todos los intersticios racionales.
No habrá más juicio, preguntas, inquisiciones.
Se quedarán en la piel
y la sangre
el color de tu miedo y tu nombre.
La noche será la única cómplice.

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