SEXTA VEZ.
NOCHE DE INSOMNIO.


Insomnio y enfermedades mentales.
Los amantes quieren dormir o matarse.
Desvelos de ciego;
sobre la mesa pan,
una botella de ron y un disco de reproches.
Caja de deudas, minúsculos derroches.

Tea se pregunta por él,
por sus desavenencias con la nada,
por su tortuoso andar
y no recibir nunca nada de nadie.

¡Ay!, sus agostos en quebranto,
su musgo de garganta.
Níquel en la espalda y
nadie hace nada; maldita sea.


La noche, impávida, mustia, recoge migajas de la mesa.
Extiende su mano en sigilo, toma el pan, se lo lleva a la boca,
y no dice nada.

Él vocifera,
le pega a los entrometidos gatos,
a las perras en brama.

La luz del foco calienta el comedor de esa casa habitada por la soledad.
Soledad habita en una caja de galletas olvidada en la alacena.
Ambas expiraron hace largo tiempo ha.
Todo lo demás
son moscas y zancudos compitiendo por los últimos alientos de esa boca.
Boca que sabe a fermento de la infamia.

A él se le enciman los dedos de una muerte que no está
y pelea y grita y arremete con las muñecas para ahorcarla.

¡Ah!, maldita muerte que no está, que no llega, que llega,
que me desposa, que me ultraja.


Y la noche, necia, que no la llama.
Noche hermana de la muerte, llámala.
Nada, ni de enfermera, ni de mensajera,
la noche no ayuda hoy;
compró ticket para otra tragedia,
mientras aquí se escenifica la farsa de los solos.

Y Tea sin poder morirse,
y él, sin poder matarla.

Noche espectadora.
¡Cabrona!,
fácil forma de acomodarse sin arriesgar nada.
Pero ¿qué tiene para arriesgar la noche?

Los amantes duermen, sin descansar en paz

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