VECES DE LA NOCHE
1a. vez.
Sí, gracias; la noche es pasajera del tren. Se porta bien y saluda por la ventana; anda toda cuerpifloja porque sabe de dónde le sale la gracia y la violencia. Conoce desde arriba los desgarres del mundo y sabe cómo remediarlos y dónde. Por eso va feliz, como niña, sin fingir decencia. Es cínica, la desgraciada, pero cómo no va a serlo y, en todo caso, ¿quién se atreverá a reclamárselo? ¿Quién renegará de la madre? ¿Qué hijo de su desnaturalización absurda va a tirarle la primera piedra? ¿Quién no tiene en su haber delito qué contar, metáfora qué inventar? Y ella lo sabe, y concede. Cierra las piernas y posa los codos sobre las rodillas y con cara de sorprendida –vieja con capacidad de asombro, la obscura– saluda a los niños que saltan, corren y se empujan para mirarla y hacerle muecas desde la estación fantasma del pueblo perdido del ruinoso reino. Se mete en los ojos de los niños esos y les arrebata la ignorancia y el resquemor, el miedo y el frío. Por eso andan contentitos, sin suéter, jugando fútbol afuera del vecindario, en la cuadra. Por eso se les olvida el hambre o se les antoja la lluvia. La noche: térmica, perspicaz, caballera, pasajera.
2a. vez
La noche se le adelanta a los amigos para cubrir de llanto el infierno de los desamados; les da sombra rasposa para que se arrastren hasta desangrarse; luego los entibia, los cura, los devuelve a la cama, y los amordaza para que ya, ya, ya dejen dormir a los demás.
3a. vez
Noche siniestra que mata a los desacompañados transeúntes. Noche de callejones y salidas de metro que roba los acentavados dineros de los jodidos y rejodidos. Noche obtusa, noche egoísta, noche maldita. Camina el hombre pensando en el café con leche junto a la mujer. Camina el hombre guardando el cansancio de la vida, de ese día nomás, en el bolsillo del pantalón. Los cuadros de su chamarra mueren de sueño, pero le ayudan a sobrevivir y se aguantan y siguen siendo cuadro y lo mantienen tibio y despierto. Y la noche inoportuna lo alumbra, pero lo lleva de la mano a lo que corta y mata y no le avisa ni con un guiño de estrella. Vienen otros hombres, quizá sin muchas ganas, y le roban el sueño de morir en cama junto a la mujer y no sólo eso le roban...Y la noche, grosera, no hace nada. Nadie se compadece porque no sale nadie a ver. Y luego la mujer pasa, noche en vela, esperándolo. Él no regresa.
1a. vez.
Sí, gracias; la noche es pasajera del tren. Se porta bien y saluda por la ventana; anda toda cuerpifloja porque sabe de dónde le sale la gracia y la violencia. Conoce desde arriba los desgarres del mundo y sabe cómo remediarlos y dónde. Por eso va feliz, como niña, sin fingir decencia. Es cínica, la desgraciada, pero cómo no va a serlo y, en todo caso, ¿quién se atreverá a reclamárselo? ¿Quién renegará de la madre? ¿Qué hijo de su desnaturalización absurda va a tirarle la primera piedra? ¿Quién no tiene en su haber delito qué contar, metáfora qué inventar? Y ella lo sabe, y concede. Cierra las piernas y posa los codos sobre las rodillas y con cara de sorprendida –vieja con capacidad de asombro, la obscura– saluda a los niños que saltan, corren y se empujan para mirarla y hacerle muecas desde la estación fantasma del pueblo perdido del ruinoso reino. Se mete en los ojos de los niños esos y les arrebata la ignorancia y el resquemor, el miedo y el frío. Por eso andan contentitos, sin suéter, jugando fútbol afuera del vecindario, en la cuadra. Por eso se les olvida el hambre o se les antoja la lluvia. La noche: térmica, perspicaz, caballera, pasajera.
2a. vez
La noche se le adelanta a los amigos para cubrir de llanto el infierno de los desamados; les da sombra rasposa para que se arrastren hasta desangrarse; luego los entibia, los cura, los devuelve a la cama, y los amordaza para que ya, ya, ya dejen dormir a los demás.
3a. vez
Noche siniestra que mata a los desacompañados transeúntes. Noche de callejones y salidas de metro que roba los acentavados dineros de los jodidos y rejodidos. Noche obtusa, noche egoísta, noche maldita. Camina el hombre pensando en el café con leche junto a la mujer. Camina el hombre guardando el cansancio de la vida, de ese día nomás, en el bolsillo del pantalón. Los cuadros de su chamarra mueren de sueño, pero le ayudan a sobrevivir y se aguantan y siguen siendo cuadro y lo mantienen tibio y despierto. Y la noche inoportuna lo alumbra, pero lo lleva de la mano a lo que corta y mata y no le avisa ni con un guiño de estrella. Vienen otros hombres, quizá sin muchas ganas, y le roban el sueño de morir en cama junto a la mujer y no sólo eso le roban...Y la noche, grosera, no hace nada. Nadie se compadece porque no sale nadie a ver. Y luego la mujer pasa, noche en vela, esperándolo. Él no regresa.
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