Leyendo a Jan Sverrir extraño
el venturoso espacio de la separación
de Rainer María Rilke.
“Es espantosa la miseria de mi pie”, dice Jan,
porque el pie no lo lleva al viento sureste.
Rainer, no. Él preguntó
a quién pertenece lo de nadie.
Es una buena pregunta. ¿A quién
pertenezco yo?
Los mendigos pisan mi ceguera.
“Respeto a la mariposa que no quema”, dice Jan.
Jan respetaba lo que no es
pues tanto todo se repite y
hay madejas irrompibles de espejos. Rainer
preguntó a qué llamamos manzana.
Es una buena pregunta. ¿A qué llamamos
el siempre del jamás?
“El delirio es una puerta sin cura”, dice Jan,
que nunca tuvo puerta y se estiraba
como cuerda para dividir
el tamaño del día. Rilke
se abrigaba con una manta
de Warmes der Mädcherr, de calor femenino.
Jan, no. Se lo veía
trotar de sombra en sombra como quien
averigua servidumbres.

J. G.

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